“Welcome to Palestine!… Tea?… Coffee?…” Estas son las primeras palabras que se oyen al entrar en los Territorios Palestinos –concretamente en Belén– donde la gente, acostumbrada a recibir turistas de todo el mundo durante todo el año, no acaba de entender que ahora pasen horas (hasta días) sin vender nada en sus tiendas de recuerdos y cachibaches, y sin que el enjambre de taxistas que te encuentras por todas partes consiga convencer a un pasajero para que se deje conducir a visitar el territorio. He aquí una de tantas consecuencias de la situación tan compleja en que se halla Cisjordania.
A pesar de todo, la hospitalidad de la gente se pone de manifiesto desde el primer momento. Claro que quieren vender, por supuesto que pretenden hacer negocio, de eso viven, pero si te paras a hablar con ellos, jamás te faltará una deliciosa taza de té con menta o un café negrísimo y aromático de herencia turca.
Hace un par de sábados, cuando volvía de tomar fotografías al muro que divide Belén y Jerusalén, llegué a la preciosa calle de la Estrella (Star Street), una de las más representativas de la ciudad, entre otras cosas porque, según me contaron, fue la ruta que siguieron José y María para llegar a la cueva en la que nació Jesús.




De repente, frente al objetivo de la cámara aparece una mujer sonriente. ‘Welcome!’ , me dice, y enseguida la inevitable pregunta ‘Where are you from?’ . No sé bien cómo, me encuentro delante de una de esas puertas pintadas de azul que tanto me gustan y, acto seguido, estoy sentada en la sala de estar de Mary y Anton, árabes cristianos, betlemitas, palestinos, jubilados, padres de cuatro hijas, abuelos de once nietos y nietas, dueños de un chihuahua exageradamente besucón llamado Tequila y de una casa muy acogedora con dos habitaciones para alquilar.


Esta información es la que fui recibiendo con todo lujo de detalles mientras no paraban de ofrecerme comida y bebida y me enseñaban toda la casa, palomar y huerto urbano incluidos.

Emocionada, conmovida, agradecida, agotada de tanto hablar, con la barriga llena de mamul (que se han convertido en mi postre predilecto), huevos de Pascua y té con menta, me despedía entre besos y abrazos de mis inesperados anfitriones a la vez que les prometía que volvería al día siguiente y comeríamos juntos.



Welcome to Palestine!
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